Los cómics en el museo y el museo en los cómics

por Tata | 18 de febrero de 2019
El arte se expresa de múltiples formas que, a menudo, suelen estar interrelacionadas entre sí. Los grandes maestros de la pintura han inspirado a guionistas y dibujantes de cómic y se han visto reflejados en sus obras como, recientemente, en Goya. Lo terrible sublime o Las Meninas. El reconocimiento de ambos ha sido unánime, lo que demuestra que, siglos después, Goya y Velázquez siguen vivos a través de sus cuadros, siguen interesando, sorprendiendo a las nuevas generaciones. Y que, por su parte, el Museo del Prado, último depositario de muchas de las obras que pueblan las páginas de estos libros y que celebra este año su bicentenario, sigue siendo una institución activa, con mucho que ofrecer.


Una de las labores de la pinacoteca es la pedagogía sobre su colección y, con este fin, al igual que la Fundación Thyssen, han patrocinado la confección de varios cómics relacionados con algunos de sus autores más populares. Es el caso de Museomaquia, El perdón y la furia o Una Pantomima bosquiana. Una apuesta alejada de las obras eruditas que acostumbran a publicar pero capaz de transmitir igualmente la esencia de un artista. También los cómics han sido protagonistas de exposiciones, como la ubicada en la Biblioteca Nacional, Beatos, Mecachis y percebes, que trataba de explicar la evolución de la narrativa, de las secuencias de imágenes, remontándose miles de años en el tiempo. Así, los museos, el cómic, las exposiciones… son formas distintas pero complementarias de acercarnos a la pintura, hacernos disfrutar del arte, pasar buenos ratos y conocer algo más de nuestra historia.


Los cómics en el museo: Beatos, mecachis y percebes, protagonistas
Acaba de cerrar sus puertas la exposición de la Biblioteca Nacional Beatos, Mecachis y Percebes. Miles de años de tebeos en la Biblioteca Nacional, muy bien sintetizada en la ilustración Ensayo gráfico ortogonal de Sergio García. De la caverna a la imprenta, refleja cómo el ser humano tiene la necesidad de contar historias a través de la imagen. De la misma manera, la exposición, con un fuerte componente arquitectónico, juega con los espacios para crear continuidad o ruptura, para ordenar y jerarquizar, en el espacio y el tiempo, una cantidad importante de imágenes en distintos soportes y de diversas épocas. Plantea una relectura sobre los límites del cómic, su esencia, su historia y su relación con nuestra percepción, sobre la sacralidad de la imagen, la influencia de la fotografía en nuestras vidas... Propone remontar el inicio de las secuencias narrativas miles de años, a un fragmento del libro de los muertos recogido en vendaje de una momia (prestado por el museo arqueológico) pasando por manuscritos medievales, incunables, libros calcográficos, prensa decimonónica…


Beatos, mecachis y percebes alude a tres momentos históricos cualitativa y cuantitativamente muy distintos para el cómic: los “beatos”, manuscritos iluminados manualmente con paciencia y dedicación, antes del nacimiento de la imprenta, como el Códice de Fernando y Sancha o el Beato de Tábara; los “mecachis”, en honor al brillante dibujante Eduardo Sáenz Hermúa, que vivió tras ese apodo, relacionados con el inicio del cómic en su concepción contemporánea; y los “percebes”, un homenaje a Francisco Ibáñez y su popular 13, Rue del Percebe, seguro presente en la memoria de todos los asistentes. La exposición constituye una oportunidad única para conocer más de la historia del cómic, más rica, variada y sugerente de lo que seguro muchos piensan, para encontrar pequeños tesoros y, dependiendo de la edad, recordar momentos entrañables de la infancia.


Un paseo por el Museo del Prado
A propósito del bicentenario del Museo del Prado (1819-2019), uno de los museos más importantes del mundo, os proponemos un paseo por sus salas y obras más representativas de la mano de los guionistas y dibujantes de cómics, que han homenajeado en los últimos meses, cada uno a su manera, a los grandes maestros reunidos en este edificio emblemático.

El rey Carlos III eligió una zona a las afueras de Madrid para dedicarla a la ciencia, proyectada por el arquitecto Juan de Villanueva. Se construyó desde la fuente de Cibeles, la de Neptuno, el Jardín Botánico al Observatorio Astronómico y el Gabinete de Historia Natural, reconvertido en cuartel de artillería durante la guerra de Independencia y por fin en museo. Como tal abrió sus puertas el 19 de noviembre de 1819, con Fernando VII en el trono y 311 pinturas de la Colección Real, todas de autores españoles, colgadas en sus muros, de forma abigarrada: "unos sobre otros hasta esa altura próxima a la cornisa”. A partir de ahí su historia está estrechamente ligada a la del país y su patrimonio se ha ido incrementando de diversas maneras, como legados particulares, la mayoría en el siglo XX, de forma que está representada la escuela española, flamenca o italiana, fundamentalmente, y la holandesa, la francesa y la alemana. De hecho, ninguna otra pinacoteca custodia más obras de Rubens, Van Dyck, El Bosco o Patinir que el Prado.

Dentro de los autores españoles, las estrellas indiscutibles son Velázquez y Goya. A estos dos autores han dedicado los cómics más exitosos de los últimos años. Por un lado, Las Meninas, nos invita a preguntarnos qué tiene de especial este cuadro enorme, o qué tiene de particular Velázquez, autorretratado en la obra, o cómo de interesante fue aquél lejano Siglo de Oro para que haya despertado tanto interés 350 años después.


El cuadro, al igual que el cómic, inmortaliza la vida de distintos personajes que se cruzan en un instante, pero que siguieron trayectorias dispares. El cómic acaba siendo un poco una biografía del propio Velázquez, un poco un pedacito de la historia de la España de Felipe IV y las dificultades por las que atravesó su reinado, un poco una historia de la pintura y de sus mejores representantes y un reflejo de la vida cotidiana de unos tiempos turbulentos. Como hilo conductor, la vida del pintor. Se le ha reconocido ser “una obra que asume un riesgo en la estructura narrativa y en el planteamiento gráfico que se resuelve con brillantez”. Es la manera episódica de narrar los acontecimientos, con constantes saltos en el tiempo, de simplificarlos y de concatenar hechos y personajes la que dota a la obra de mucha agilidad y, al mismo tiempo, ofrece la posibilidad de introducir historias diversas y personajes numerosos, aumentando el interés. Y todo con mucho humor. Porque, igual que en Las Meninas, hay muchas historias en este cómic.

Por su parte, El Torres desarrolla en Goya. Lo sublime terrible un guión valiente, aparentemente lineal y sencillo, pero que no teme proyectar las luces y sombras, las paradojas y la enormidad de uno de los mejores pintores de todos los tiempos, Goya. Porque Goya siempre es contradicción. Es capaz de esbozar tanto la vida amable a orillas del Manzanares como la violenta que se resuelve a garrotazos, capaz de las más devotas pinturas religiosas como de sugerentes mujeres desnudas, capaz de retratar a la aristocracia, incluso a la familia real, la de Carlos IV, como a dos miserables viejos comiendo sopa. Retratos y bodegones, escenas costumbristas, mitológicas o escenas históricas, como las vividas en mayo de 1808, o aquelarres siniestros surgidos de no se sabe bien dónde. Porque Goya es también la lucha entre el hombre racional e ilustrado y el que se sabe rodeado por lo irracional y supersticioso. La guerra, el hambre, la enfermedad… despiertan los monstruos internos del genio y ve la necesidad, que se convierte en una obligación, de representar esa realidad que mora fuera de los palacios, en el barro, con la seguridad de que, a pesar de todo, “es sublime lo terrible”. El mundo necesita a alguien que le muestre esa verdad. Además, el libro recoge otros temas no resueltos, como la relación del pintor con la duquesa de Alba, con la que pasó largas temporadas en su finca de Sanlúcar de Barrameda, con su mujer o con otros pintores contemporáneos, como Asensi Juliá y sobre los confines del arte.

Pero el legado del pintor no murió con él, sino que fue semilla de la pintura posterior y se le puede considerar precursor de las vanguardias que se sucedieron a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Vanguardias que siguieron conviviendo con el horror de la guerra y necesitaban, como Goya, representar los monstruos que crea la razón.

Uno de los grandes reclamos de los museos son sus exposiciones temporales, monográficos que suelen ser un gran éxito, como ocurrió con la dedicada a El Bosco, que batió todos los records. Recibió unos 500.000 visitantes, que esperaron interminables colas a las puertas del museo del Prado, con una inquietud fundamental: encontrar dónde se inspiró para dar vida a semejante repertorio de monstruos, criaturas fantásticas y seres inquietantemente reales que pueblan sus cuadros. A esta pregunta responde “El Bosco” de Marcel Ruijters: se inspiró en la vida cotidiana, en lo que veía cada día; en una época en la que las calles estaban habitadas por toda clase de enfermos, tullidos, hambrientos y seres en los que se empezaban a desdibujar los rasgos de humanidad; las torturas, luchas y ahorcamientos eran espectáculos habituales y la muerte y el horror formaban parte del día a día. La exposición, igual que la obra, recoge sus miedos, sus costumbres y sus contradicciones, que se traducen en la mente de El Bosco, y luego en su paleta, en toda la suerte de criaturas increíbles que vemos en sus cuadros y que Ruijters recupera escrupulosamente. De hecho, es un excelente caricaturista y el cómic, un excelente homenaje para uno de los pintores más originales de la Historia del Arte, en el 500 aniversario de su muerte.


Ediciones de museo
Los museos también apuestan por la edición de cómics. En los últimos tiempos el Museo del Prado ha patrocinado El tríptico de los encantados. Una pantomima bosquiana y El Perdón y la furia y del Museo Thyssen-Bornemisza Museomaquia, un encargo para celebrar su 25 aniversario. Se trata de una novela gráfica de Santiago García y David Sánchez, como ya hizo con Dos holandeses en Nápoles, con motivo de la exposición “Caravaggio y los pintores del norte”.

El tríptico de los encantados se basa en tres obras de El Bosco localizadas en el Museo del Prado: Extracción de la piedra de la locura, para la primera parte, El atormentado; las tentaciones de San Antonio Abad, para El Emboscado; y El jardín de las Delicias, para la última sección, La cabalgata de los encantados. A partir de aquí, el autor propone un juego de palabras, de ideas y de imágenes, pensadas, o quizás vistas a través de un ojo que mira, recreadas entre las visiones de los demonios y reales solo en los cuadros del genio. La mezcla entre realidad y fantasía que caracteriza la obra del pintor, reflejada en un desfile interminable de seres extraños, que encontramos diseminados por el jardín de las Delicias. En medio de personajes caricaturescos y animales inventados, arrastrados por ellos, enredados en tareas imposibles, figuras humanas se ven envueltas en una procesión onírica sin fin, tentados continuamente a pecar en una cabalgata a la que asiste San Antonio, como voyeur ocasional. Pone en movimiento a los personajes de los cuadros de El Bosco dotándolos de una interpretación poco convencional, complicada en su sencillez, pero profunda, invitando a la reflexión sobre lo que tiene que ser visto y escuchado. Otra lectura de la obra de este pintor genial que quinientos años después sigue intrigando.

Poco después, el Museo del Prado edita El perdón y la Furia, focalizando esta vez la atención en un autor español que, sin embargo, desarrolló toda su carrera en Italia: José de Ribera, “Maestro del dibujo”. Su obra abarca una lista interminable de temas religiosos, santos, apóstoles, alguna escena costumbrista, personajes de la Antigüedad… pero son cuatro obras de carácter mitológico las que inspiran a Antonio Altarriba y Keko para desarrollar una trama de misterio e intriga abonada por la propia fama de Ribera. Son Las Furias: Tántalo, Ticio, Sísifo e Ixión, que tienen en común haber sido condenados por desafiar a los dioses. En un siglo XVII especialmente cruel, el pintor tenebrista parece enfatizar la violencia y el dolor con los claroscuros y complicados escorzos. Tanto, que se le relaciona con Valdés Leal, “pintor de los muertos” y de la “estética del pánico” y, yendo un poco más allá, con Giordano Bruno y lo esotérico, aunando así la magia inherente a las imágenes, la proporciones, la geometría y las matemáticas. Un homenaje a un pintor que logró conjugar la belleza del dibujo y las proporciones con el horror de la penitencia, lo prosaico de la venganza con la mística del que se cree iluminado, lo religioso con lo mitológico, “el tormento y el éxtasis”.

Museomaquia, por su parte, nos ofrece una visita por la pinacoteca que va saltando de siglo en siglo y de cuadro en cuadro, recorriendo la historia de la pintura de la mano del caballero veneciano de Carpaccio y a su escudero. Un planteamiento muy original, ambicioso, personal y estimulante para acercarse al mundo del arte, para retroceder el tiempo y perderse en la historia, para recrearse y detenerse en cuadros a veces muy conocidos, pero llenos de detalles que nos pasan desapercibidos.


Por eso, merece la pena leer cualquiera de estos cómics. Porque nos ofrecen una nueva oportunidad de acercarnos al Arte, desde el Arte; de revisar la historia desde una óptica contemporánea, de aprender y reflexionar sobre temas que ya obsesionaron a los pintores siglos atrás y siguen haciéndolo en el siglo XXI, porque los estilos van cambiando, pero las inquietudes humanas siguen siendo las mismas.
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