Argumento
Cuando un niño cambia a su padre por dos peces de colores no se imagina las consecuencias y complicaciones que tendrá. Al fin y al cabo no es el único que puede intercambiar sus cosas y, cuando su madre le dice que tiene que traer a su padre de vuelta a casa, es más fácil decirlo que hacerlo. Su padre había ido pasando de las manos de un niño a otro por toda la ciudad y tendría que llegar hasta el último canje para recuperarlo.
El día que cambié a mi papá por dos peces de colores es el primer libro destinado a los niños de los creadores de Los lobos de la pared (Astiberri, 2004) y Cabello loco (Astiberri, 2010), y autores asimismo de Señal y ruido (Astiberri, 2008), este último destinado al público adulto. Fue elegido por la revista Newsweek como uno de los mejores libros infantiles del año.
Esta edición cuenta con una nueva cubierta y un epílogo de Neil Gaiman sobre el origen de esta divertida y singular historia. El escritor cuenta que la idea surgió a consecuencia de una discusión con su hijo: “Mi hijo, que se llama Michael o Mike ahora, pero que entonces era Mickey, estaba enfadado conmigo. Yo había dicho una de esas cosas que dicen los padres, como: “¿No es hora de que estés ya acostado?”, y él me había mirado, furioso, y me había dicho: “¡Ojalá no tuviese padre! Ojalá tuviese...”, y entonces se detuvo y pensó, intentando encontrar algo que se pudiera tener en vez de un padre. Finalmente dijo: “¡Ojalá tuviese un pez de colores!”. Y se fue a la cama dando grandes zancadas. La idea me dejó pasmado. Claro que uno debería cambiar a su padre por unos peces de colores. Parecía algo muy sensato”.
“El original argumento y el extravagante texto de Gaiman encajan a la perfección con las ilustraciones de McKean. Esta inventiva y cómica historia tocará la fibra de los lectores precoces”.
Booktrust
“Un día, Neil Gaiman quiso hacer una historia redonda en un álbum cuadrado, pero no lo consiguió. Entonces, Dave McKean llegó con sus pinceles, sus tijeras y su cola en tubo. Rascó, recortó, embadurnó páginas y páginas. Pegó trozos de periódicos, fotos de zanahorias o de sellos de correos. Y luego, a fuerza de manipulaciones, la historia divertida y enredada del principio apareció claramente como un palimpsesto lleno de poesía. Un álbum distinto, lleno de invenciones y de sorpresas, que una no cambiaría por dos dóbermans enanos. Aunque se llamen Max y Roger”.
Catherine Romat
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