Argumento
Juncal pudo haber sido el torero más importante de su tiempo, pero una cornada lo ascendió a otro estatus, el del último gran pícaro de la tradición literaria española. A finales de 1988, poco después de terminar el rodaje de la serie de televisión homónima —probablemente una de las más celebradas y recordadas de nuestra historia audiovisual—, Jaime de Armiñán emprendió la escritura de este libro, retrato novelado y prolijo de un «sinvergüenza» inmortal, consciente de que lo que le había quedado en el tintero debía encontrar su cauce y de que este no era otro que la palabra. Escritor veterano, tanto como cineasta, Armiñán pudo saldar de esta forma la cuenta pendiente con un universo que le acompañó toda su vida y escribir una carta de amor a sus gentes, hijos de Epicuro, sobrinos de Séneca y víctimas de Sófocles y Esquilo, amor a un lenguaje y un paisaje que se resisten aún a desaparecer de nuestra memoria, precisamente gracias a pedazos de arte como este. Como diría Juncal: «Com moita cebola!». Y aún más: «¡En el mundo!».
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