Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Jorge Carrión y Sagar Forniés)

vagabundos de la chatarra portada

Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Jorge Carrión y Sagar Forniés). Norma Editorial, 2015. Cartoné. 19×26 cm. 102 págs. Color. 19,50€

Si hay algo que hable de la vigencia de un medio artístico es su compromiso con su tiempo y su relevancia social. Aquello que deja de ser importante desaparece, o queda marginado a un nicho hiperespecializado donde agonizará discretamente. Y si hay algo que ha salvado al cómic de la irrelevancia es precisamente, y entre otras cosas, la aparición de autores que hablaban de cosas que les importaban, y que nos importaban, más allá de reproducir esquemas mecánicamente para satisfacer a un público cautivo. En concreto, la aparición de obras periodísticas dentro del cómic ha sido una de las consecuencias más interesantes de ese compromiso. El gran referente es obviamente Joe Sacco, cuyo compromiso con el cómic es tan fuerte como el que mantiene con su labor como periodista. Vinculado al nuevo periodismo, Sacco parte del underground más ortodoxo —si no es esto una paradoja— para llegar a otro territorio, uno que va construyendo él mismo sobre la marcha, buscando una manera de contar lo que tiene que contar para la que no tenía referentes en la historieta. Hay otro puñado de ejemplos: Guy Delisle —aunque creo que lo que él hace es otra cosa, no exactamente periodismo—, algunas obras de Emmanuel Guibert, sobre todo Un viaje entre gitanos, junto a Alain Keler… Van apareciendo, poco a poco, nuevos autores interesados en emplear el cómic para hacer reportajes, que transitan, como es lógico, por el camino abierto por Sacco, del mismo modo en que los que se interesan por la memoria miran a Art Spiegelman o los que quieren contar su autobiografía tienen como grandes referentes a David B. y Marjane Satrapi.

En España, donde la novela gráfica se desarrolla con cierto retraso con respecto a EE UU, faltan esos trabajos. Tenemos, por supuesto, los ensayos divulgativos sobre economía de Aleix Saló o las obras de Marcos Prior, que en cierta forma está recorriendo un camino de búsqueda análogo al de Sacco, por la falta de referentes con los que compararse. Pero tal vez sea Barcelona. Los vagabundos de la chatarra la primera obra que, de forma inequívoca, se sumerge en ese nuevo periodismo que Sacco reivindica. Jorge Carrión, novelista, profesor y ensayista, escoge el cómic en lugar de cualquiera de los otros medios que conoce muy bien. Y lo hace asegurando que «el auténtico New Journalist está en el cómic de no ficción». Lo acompaña Sagar Forniés, un dibujante acostumbrado a trabajar con guionista, pero que no se limita a ilustrar el reportaje de Carrión sino que, desde el principio, ambos investigan juntos y acuden en pareja a los lugares de los que van a hablar.

Vagabundos-Tesoros

El cómic aborda una cuestión complicada e incómoda, de ésas que están invisibilizadas en los medios y que hemos aprendido a ignorar: el mundo de la chatarra en Barcelona. Personas no ya precarias, sino al borde de la indigencia, empujadas por el sistema a la subsistencia límite, a vivir hacinadas en espacios okupados y empujar durante todo el día un carrito de supermercado lleno de material de desecho que les procurará unos pocos euros con los que (mal) vivir otro día. Carrión y Sagar escogen una estrategia que huye de la equidistancia y de la supuesta y siempre falsa objetividad periodística, para sumergirse en ese mundo desconocido para ellos, que existe en las mismas calles de la ciudad que transitan, pero en otra frecuencia de onda. Se comprometen, sin caer tampoco en la trampa de la pena o la condescendencia. La voz de Carrión en primera persona contextualiza, recurre a la política para explicar situaciones concretas, aporta altura y perspectiva. Sus conversaciones con Sagar, sobre todo en los trayectos en bicicleta o metro, aportan reflexión y metareferencias: nos recuerdan que estamos ante un cómic que se dibuja, y que genera preguntas a sus autores. Y, por último, el núcleo del relato lo componen las entrevistas personales con protagonistas del negocio de la chatarra, cuyas palabras se transcriben sin apenas edición, lo que aporta un elemento de inmediatez y veracidad que acerca el resultado final al medio audiovisual. La incursión de los autores en esa especie de mundo invisible revela valores universales —solidaridad, amistad, dignidad—, pero también tramas de corrupción política y urbanística, cuyos tentáculos van más allá de lo que se explica en la obra, pero que tiene que ver con la reordenación de los espacios urbanos y la incapacidad o falta de voluntad de los ayuntamientos para solucionar problemas que llevan años necrosándose. A lo que hay que sumar, desde luego, la xenofobia. El mundo de la chatarra es un crisol de culturas en el que, por cierto, no cabe la corrección política. Existe también en ese ámbito el choque entre lo viejo y lo nuevo, entre la antigua manera de hacer las cosas y la que impone la política neoliberal que busca acotar, controlar y, sobre todo, capitalizar los espacios. Todo nuevo, todo brillante, todo marca, como se aprecia en las palabras, reproducidas literalmente —porque no hace falta comentario a semejantes tonterías— de uno de los arquitectos que trabajó en el nuevo espacio del mercado de la chatarra.

Tanto Carrión y Sagar como Joe Sacco, con quien conversan al final del libro en una entrevista que sirve de reflexión sobre el medio, destacan que en general los testigos se sienten más cómodos si en lugar de apuntarles con una cámara de la que han aprendido a huir uno se sienta a dibujarlos tranquilamente. Es una de las ventajas del cómic a la hora de abordar el género del reportaje de investigación. Otra es clara: desde el momento en el que lo que se ofrece a los lectores es un dibujo, se percibe como representación de la realidad de un modo transparente, sin pretensión de objetividad. De hecho el estilo de Sagar, de trazo afilado y expresivo, rápido y sucio, transmite la urgencia del boceto realizado in situ. Colores sobrios y sombras perfiladas con finas líneas irregulares de rotulador recrean los ambientes opresivos y asfixiantes de las casas okupadas y los almacenes llenos de chatarra y objetos viejos y olvidados. El punto caricaturesco del dibujo de Sagar le da cierto toque esperpéntico a algunos momentos, aunque siempre bien medido, sin faltar al respeto. Más bien al contrario, algunas de las figuras entrevistadas se revisten de una dignidad casi mítica en su dibujo; la reproducción de su palabras, en cambio, los ata a la realidad más dura. Sirve también el dibujo para difuminar u ocultar los rostros de personas que no desean aparecer en el reportaje, de un modo menos violento que como suele hacerse en el medio televisivo, más natural. También es algo que se aprecia en cómo se integran elementos transmedia, qu los autores introducen cuando se dan cuenta de que no tiene sentido forzar varias páginas de cómic para explicar un informe que puede dibujarse directamente como tal en una. También se introducen algunas fotografías y tweets del ayuntamiento de Barcelona, de un modo más sencillo que en muchos de los cómics de Marcos Prior, que es el primer autor que me viene a la mente al pensar en este tipo de recursos.

La honradez es el único valor que queda cuando se despierta del sueño objetivista. Y honradez es lo que uno encuentra en Barcelona. Vagabundos de la chatarra; la suficiente para no erigirse en salvadores, ni pretender tener una respuesta sencilla a un problema económico, social y político complejo y enmarañado, tal vez ya demasiado lejos de una solución. Sagar y Carrión se limitan —nada menos— que a entrar en ese mundo, a contar su experiencia y exponer testimonios que sitúan en contexto, pero, más allá de eso, a cada cual le corresponderá decidir qué piensa de todo esto, de esta cuestión en la que no hay buenos ni malos. Es un relato que remite expresamente a ficciones contemporáneas —Carrión cita The Wire varias veces— porque es precisamente en ellas donde estamos encontrando una crítica no maniquea que escasea en los medios de información, a menudo demasiado atados por las servidumbres políticas y económicas de las que el cómic, aún, se libra. Mientras esto sea así, espero que los autores aprovechen el momento para seguir la senda abierta por, entre otras, esta obra única en el panorama nacional.