La música es un lenguaje universal. Sus ritmos y sus letras llegan a la gente, forman parte de sus vidas, asociadas a momentos inolvidables, apelan a sus sentimientos y sus creadores se convierten en ídolos de masas. Su magnetismo es muy grande. A lo largo de los últimos meses son varios los grupos y cantantes que han saltado a las páginas de los cómics, mitos vivientes cuya música ha hecho historia y cuya vida ha sido también distinta a la de la mayoría de los mortales. La conversión de la música en viñetas, en una historia que se expresa con otro lenguaje, es un reto para guionistas y dibujantes. Se trata de transmitir al lector, con los colores, los dibujos y a menudo con el apoyo de las letras de las canciones, lo que el músico transmite con sus melodías. Lo que facilita la adaptación es que tanto los cómics como la música cuentan historias, hablan de sentimientos, de vivencias y de sueños.
Estas ediciones han afrontado, según sus temas, diversas dificultades. Los hay dedicados a distintos estilos musicales: blues, rock, hip hop…, los hay que recogen la trayectoria de gigantes de la música, como Nick Cave o Bob Dylan, pero también de grupos míticos como Ramones o Slayer o incluso los que, en un proyecto más ambicioso, tratan de resumir la trayectoria de “movimientos” complejos como el hip hop. Y algunos que cuentan el acontecer no ya de músicos, sino de clubs que aportaron su granito de arena en la difusión de la música, que ofrecen una primera oportunidad a quien podría llegar a convertirse en una estrella. Es el caso, triste, del Fugazi Music Club. Cada uno ha elegido un enfoque para tratar su tema pero, en común, todos lo han hecho con honestidad y con la pasión del melómano.
Primera dificultad: ¿Dónde termina la Historia y comienza la leyenda?
En muchos casos, la trayectoria vital de los músicos se ve empañada por su imagen pública, por las noticias sesgadas que trascienden de ellos… pero si hay un caso que bebe directamente de la leyenda es el de Robert Johnson. De él se dice que vendió su alma al diablo en un cruce de carreteras sureño, a cambio de convertirse en el mejor guitarrista del mundo. Así, en un breve espacio de tiempo parece que pasó de tocar malamente la guitarra a convertirse en el Rey del Blues del Delta del Misisipi.
O'Boys recrea su triste historia, la de Robert Leroy Johnson que, en sus escasos 27 años de vida (parece probable un asesinato con veneno), destacó como cantante, compositor y guitarrista de blues. Colman, Cuzor y Thirault le rinden homenaje a este mito de la cultura sureña norteamericana, representado como alguien huidizo pero sonriente, siempre de viaje, y que con sus escasas grabaciones consiguió hacerse un hueco en la historia de la música. De hecho, encontramos resonancias de sus canciones y su estilo de tocar la guitarra en Bob Dylan, Jimi Hendrix, Led Zeppelin, The Rolling Stones, Queen, Nick Cave o Eric Clapton. Igual no es casualidad que seis de sus canciones hablen del diablo…
También Avery, igualmente guitarrista y negro, quiere ser el mejor bluesman de todos los tiempos. Su camino, en este caso, se cruza con el del pequeño Johnny, que decide abandonar a sus padres alcohólicos y unirse a Avery en la búsqueda de un futuro mejor.
A partir de ahí, el diablo y los protagonistas jugarán sus cartas, mezclando la realidad y las apariencias, la realidad y la fantasía, la realidad y los sueños. Una historia emotiva, de injusticias, penurias, frustraciones… temas todos que se expresan mejor en forma de blues, en forma de canción triste y melancólica y que han sabido plasmar con mucho mérito Angux y Nuria Tamarit, triunfadores de los Premios Carlos Giménez de 2017.
Segunda dificultad: Sintetizar la vida y la obra, el carácter y el ego de las grandes estrellas
Es extremadamente complicado sintetizar en unas páginas vidas tan intensas como las de los grandes de la música, donde la misma persona es capaz de alcanzar cotas de genio y llegar al inframundo generalmente de manos de las drogas; es capaz de pasar por momentos de éxtasis creativo y composición desenfrenada, de giras, de conciertos a etapas de apatía y encierro; de vivir historias de amor que, sin embargo, dejan heridas incurables; en resumen, de condensar existencias que han transitado por momentos de euforia y horribles dramas familiares. Contar esto es a lo que se enfrentan los guionistas de Nick Cave: Mercy on me, sobre el chico aburrido que sueña con ser una estrella del rock, o de Bob Dylan Revisited, en el caso del Premio Nobel de Literatura de 2016.
Son gigantes de la música que se han atrevido con el folk, el blues, el country, el gospel, el rock and roll, el jazz y el swing. Además, en ambos casos se trata de figuras polifacéticas, que han extendido sus creaciones a otras disciplinas: han ejercido de compositores, músicos, novelistas, poetas, actores, pintores… y a su vez han influido en otros artistas como fotógrafos, diseñadores, escritores o cineastas.
En ambos casos, los cómics parten de las sugerentes canciones de los artistas. En Nick Cave: Mercy on me, Reinhard Kleist, maestro de la novela gráfica que ha trabajado en personalidades complejas como Castro, narra la historia tomando los títulos de las canciones: The Hammer Song, Red Right Hands, The Mercy Seat, o Where the Wild Roses Grow.
Bob Dylan Revisited, por su parte, reúne trece canciones míticas del compositor norteamericano adaptadas por trece autores de cómic distintos. Trece versiones dibujadas por Lorenzo Mattotti, Jean-Claude Götting, Dave McKean, Alfred, Gradimir Smudja, Benjamin Flao o Zep, entre otros. Resulta así un relato a la vez personal y a la vez representativo del genio, a través de su música: Blowin’ In The Wind, I Want You, Girl From The North Country, Lay, Lady, Lay, Positively 4th Street, Tombstone Blues, Desolation Row, Like a Rolling Stone, Hurricane... Además, el cómic incorpora las letras de las canciones, que tratan una amplia variedad de temas sociales, políticos, filosóficos y literarios, marca de la casa, que se distancia así de la música pop convencional, apelando a la contracultura de la época.
De ambos se puede decir que tienen el mérito de “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”.
Tercera dificultad: cuando el singular se vuelve plural y forma un grupo.
Ramones. La novela gráfica del rock y One, two, three, four, Ramones reivindican la trayectoria de este grupo, considerado uno de los mejores de la historia del rock y fundador del movimiento punk, que comenzó su carrera en los 70 en Queens, en el escenario del club CBGB. Pero ambos reflejan no sólo su longeva trayectoria musical, avalada por la publicación de catorce discos de estudio y más de doscientas canciones, sino también sus luchas internas, sus famosas peleas, la adicción a las drogas y la muerte de tres de los cuatro miembros originales (Joey Ramone, Johnny Ramone y Dee Dee Ramone) en un intervalo de tres años.
Estos cómics son un homenaje no sólo a los autores de canciones como “53rd & 3rd”, “Commando”, “Rockaway Beach” y “Poison Heart”, sino también a toda una época, ya que en sus páginas encontramos a sus referentes musicales como Chuck Berry, The Stooges o los mismos Rollings; aquellos con los que se relacionaron, como Phil Spector, Iggy Pop, Johnny Rotten, Sid Vicious, Joe Strummer, Johnny Thunders, David Johanssen, Love, Charles Manson; y las bandas a las que influenciaron, como los Sex Pistols o The Clash.
Los cómics son una documentada biografía muy fiel a la historia del grupo, a su imagen, donde reconocemos las chaquetas de cuero, los vaqueros rasgados, las deportivas características, a su discografía, su trayectoria y su legado.
La primera obra está realizada por Jim McCarthy, que ya trabajó sobre los Guns N'Roses y Brian Williamson, en Metallica o Neverland: the life and Death of Michael Jackson. La segunda, narrada desde el punto de vista del bajista y alma de la banda, Dee Dee Ramone, quien tuvo una infancia durísima y graves problemas psicológicos. En una ocasión Tommy Ramone aseguró que: "Tanto musical como visualmente, estábamos influidos por los cómics, el trabajo de Andy Warhol y el cine vanguardista". Ahora los términos se han invertido.
En marzo de 2018 Norma Editorial lanzó otro cómic con una inquietante portada y un más inquietante título. Repentless hace referencia al último cómic de Jon Schnepp (Metalocalypse, Venture Brothers) y el ilustrador Guiu Vilanova (Conan, Weird Detective), sumándose así al universo creado a partir de la brutal trilogía de videoclips Repentless escrita y dirigida por BJ McDonnell, a propósito del último disco, publicado en 2015, de la mítica banda del thrash metal, Slayer. Repentless también es el título del primer single del que ha sido el décimo álbum del grupo, que lleva sobre los escenarios casi treinta años, y nos conduce a la América profunda, escenario de una terrible, mortífera y sangrienta historia de venganza.
“Vive rápido y a tope. Repentless (impenitente), ¡corre!”. Con estas palabras empieza el tema de Slayer que da nombre al cómic y con estas mismas palabras se cierra la historia. El cómic retoma la idea de comenzar algunos capítulos con las canciones de la trilogía, de forma que se mezclan la vida del protagonista, la trama, los vídeos y la música del grupo. La historia trata de una pelea cainita, entre el protagonista, ex nazi, y el resto del pueblo de Repentless y su hermano Adrian, que busca venganza. Jon Schnepp, siguiendo el planteamiento de los vídeoclips, recrea una historia explícitamente violenta, sangrienta y vengativa, de acción, peleas y disparos en la línea de los vídeos de McDonnell. El dibujo del barcelonés Guiu Vilanova ha sabido captar esa forma de recrearse en la violencia de su predecesor.
Cuarta dificultad: cuando un estilo salta de la expresión marginal a la cultura popular
Hip hop Family Tree aborda, de forma amena y documentada, la transformación de una música callejera y marginal en expresión artística de primer orden, que acaba desbordando el terreno musical para abarcar muchos aspectos de la sociedad. De las calles a las radios, pasando por las discográficas, los inicios del hip hop se pierden, como siempre, en la leyenda. A lo que se añade el paso del tiempo, la diversidad de eventos, de personas, de canciones… que van contribuyendo a dar cuerpo y alma a esta criatura. Ed Piskor consigue hilvanarlas todas para representar, aunque sea en una viñeta, todos los grandes hitos de la primera década de este estilo musical.
Su mano captura el espíritu, el ambiente, cada detalle de la época… para delicia de sus incondicionales. Abunda en la voluntad documental el listado de los títulos de canciones que aparecen, una bibliografía y un Glosario Funky con los protagonistas por orden alfabético, dando cabida en la obra tanto a los completos desconocedores del tema como a aquellos que agradecen una información más detallada de su música favorita.
Quinta dificultad: mantener un club para dar cabida a todos los anteriores
Muchas veces la realidad supera a la ficción. Y eso ha pasado con el Fugazi Music Club, un local de conciertos de rock abierto por unos cuantos amigos en Varsovia, que se convirtió en el oasis musical y revolucionó la vida social de la ciudad y de toda Polonia, hasta que cerró después de un año, convertido ya en un símbolo.
Aún con las reminiscencias del poder soviético sobre sus espaldas, en 1992, apenas tres años después de la caída del muro de Berlín, abre sus puertas un pub donde escuchar música, escaparate para las mejores bandas polacas pero también de algunos artistas internacionales que pisaban el país. Comienza siendo, sobre todo, el resultado del sacrificio y esfuerzo de sus creadores, que luchan por su sueño frente a la falta de dinero, las presiones de las mafias y los conciertos fallidos.
La historia del Fugazi es triste y divertida, a veces en blanco y negro, a veces en azul, a veces esperanzada en la amistad y las ansias de superar los problemas, a veces abandonada a los contratiempos y las ilusiones perdidas. Historia contada al guionista, Podelec, uno de los autores polacos de cómic más conocidos del país, por el propio protagonista, Waldemar Czapski.
Hay cómics para todos los gustos, igual que hay música para todos los gustos. En común, que son una invitación a escuchar y a leer, al mismo tiempo.