¿Qué tiene de especial este cuadro enorme del Museo del Prado, o qué tiene de particular Velázquez, autorretratado en la obra, o cómo de interesante fue aquél lejano Siglo de Oro para que haya despertado tanto interés 350 años después? Es difícil contestar a esta pregunta, pero este aclamado cómic, que ha logrado ser Premio Nacional en 2015 y una nominación en los Premios Eisner, ofrece sus propias respuestas, de una forma ingeniosa, amena, muy documentada y divertida.
El cuadro, al igual que el cómic, inmortaliza la vida de distintos personajes que se cruzan en un instante, pero que siguieron trayectorias dispares. Como hilo conductor, la vida de Velázquez, oficialmente Aposentador de Palacio, “un puesto de gran nobleza y privilegio” y pintor de la corte de Felipe IV. A su alrededor se va tejiendo una red de amigos, como Zurbarán o Alonso Cano, de familias, legítimas e ilegítimas, de pintores contemporáneos o no, y personajes varios… de forma que el cómic acaba siendo un poco una biografía del propio Velázquez, un poco un pedacito de la historia de la España de Felipe IV y las dificultades por las que atravesó su reinado, un poco una historia de la pintura y de sus mejores representantes y un reflejo de la vida cotidiana de unos tiempos turbulentos.
El jurado ha reconocido a Las Meninas “ser una obra que asume un riesgo en la estructura narrativa y en el planteamiento gráfico que se resuelve con brillantez”. Es la manera episódica de narrar los acontecimientos, con constantes saltos en el tiempo, de simplificarlos y de concatenar hechos y personajes la que dota a la obra de mucha agilidad y, al mismo tiempo, ofrece la posibilidad de introducir historias diversas y personajes numerosos, aumentando el interés. Y todo con mucho humor. Así, muchas historietas contadas en clave cómica lo convierten en un compendio divertido y ameno de vidas y anécdotas que merecieron pasar a la Historia.
Porque hay muchas historias en esta historia. El dibujo, muy personal, invita también a reflexionar sobre la infinidad de admiradores que ha tenido el pintor a lo largo de los siglos y a sumergirse en una época en que la vida, las ilusiones, los temores… no valen nada. Sólo la voluntad del rey. Tiempos de Inquisición y de hidalguía, como la que tiene que probar Velázquez para merecer el hábito de la orden de Santiago con el que le vemos en el cuadro.