Muchas veces la realidad supera a la ficción. Y el ''reinado sangrante de Stalin'' ofrece todo lo que el mejor guión necesitaría para atraer a los asiduos del terror: asesinatos, conspiraciones, arrestos, deportaciones… Y los autores han sabido exprimirlo. El cómic parte del misterio que rodea la muerte del dictador, para unos, padrecito para otros, en marzo de 1953, oficialmente por una hemorragia cerebral. Pero la desasistencia se convierte en la mejor arma para el magnicidio y el fantasma del envenenamiento comienza a planear rápidamente sobre los miembros del Politburó. A partir de aquí comienza la licencia histórica, basada no tanto en la exactitud como en la verosimilitud, para reflejar los intereses, conspiraciones y luchas por el poder que se desatan tras la muerte del líder, amado en apariencia y odiado en el fondo. Un clima de desconfianza y de terror que se vuelve contra sus mismos promotores y lo engulle todo.
Stalin, el hombre indestructible, se convierte rápidamente en un cadáver embalsamado. Y, aunque continúa omnipresente, tal como debió de ocurrir en realidad durante aquellos terribles años en los que gobernó con mano de hierro, poco a poco emergen de las sombras los miembros del Comité Central: Beria, Malenkov, Khruschev, Mikoyan, Kaganovich, Bulganin, y Molotov. Cada uno con sus ambiciones y sus miedos y perfectamente identificables. Unas caricaturas de gran expresividad que ofrecen la imagen de una realidad más profunda. Actores protagonistas en un Kremlim efervescente de incertidumbre y tensión. Al fin y al cabo, son conscientes de que “nuestro pueblo, ahora que atraviesa una época de duelo, necesita héroes”. Y ellos son los encargados de proporcionárselo.
También está muy bien representada la estética soviética, de gigantescos edificios, uniformes, entre el ejército y los popes, las insignias, las banderas con la hoz y el martillo, sin olvidar ningún detalle, lo que denota un ímprobo trabajo de documentación. Y una magnífica captación de la atmósfera típicamente rusa en los trenes atravesando la estepa nevada, el vodka, la masa gris del pueblo al final masacrado, el profundo respeto a la música y total desprecio por la vida, que parece responder a un interés personal de los autores Nury y Robin y esta pasión se trasluce en la obra.
Por separado, Fabien Nury ha trabajado en cine y publicidad, pero como guionista ha desarrollado una dilatada carrera con títulos como Yo soy legión o Érase una vez en Francia, mientras que Thierry Robin es autor de la saga Rouge de Chine. Pero se han dedicado también a recrear acontecimientos rusos contemporáneos de gran complejidad como la creación del Ejército Rojo o el asesinato de los Romanov y, también juntos, en Muerte al zar.
Por gracia o desgracia, "el nombre inmortal de Stalin vivirá para siempre en el corazón del pueblo soviético" y este cómic constituye una excelente recreación del final del hombre, del mito y de una época, con sus luces y sus sombras.