“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes” dice Borges, “ese montón de espejos rotos” que vemos en la portada del cómic y que componen este puzzle de historias de dolor y abandono, de soledad, miedo y de muerte.
Los nombres de los escritores enseguida revelan que no son profesionales, pero tienen la necesidad de contar una historia. En común, que se trata de víctimas del terrorismo. En algunos casos, como el de Alejandro Ruiz-Huerta o Miguel Utrera, supervivientes de atentados terroristas, de la matanza de Atocha el primero, de los trenes del 11-M el segundo. En otros casos, de familiares que perdieron un ser querido, como el de Cristina Cuesta, Carmen Cordón o Marta Buesa, hijas de padres asesinados por ETA, o Alejandro Benito Samaniego, hermano de Rodolfo Benito Samaniego, muerto también en los trenes.
Pero son todas ellas historias contadas en primera persona, de ahí su enorme fuerza y el valor de su mensaje. Todo acto terrorista desencadena un dolor individual, en la medida en que todos los protagonistas, a su pesar, han sufrido el impacto de la violencia, han tenido que rehacer sus vidas y aprender a vivir con el miedo, con la pérdida, con la impotencia, con el rencor, con la indiferencia de los demás, con hechos que les han convertido en otras personas: “ni soy el que era ni soy el que habría sido. La historia me ha atrapado”, dice Miguel.
Pero cada asesinato es también un drama para la sociedad en su conjunto. Entre todos los relatos componen una imagen de la historia más reciente de España. No hay que olvidar que hubo un tiempo en que no se respetaban los derechos y libertades , que había personas que vivían bajo amenazas, con miedo, con escoltas, que había familias rotas, que pertenecer a un cuerpo de seguridad del Estado se llevaba en secreto, que existía un riesgo real de muerte.
Recordar es el objetivo que tienen las Fundaciones, como la de Fernando Buesa, las asociaciones de víctimas, el centro memorial… e innumerables iniciativas que ahora se concretan también en forma de viñetas. Se plantea idoneidad de contar historias todavía sangrantes en formato de cómic, tradicionalmente asociado a temas más ligeros. Pero cualquier medio es válido para hacer llegar a los más jóvenes, que a la vez son a la vez los más vulnerables, un mensaje de tolerancia y convivencia basada en los principios de la memoria, la dignidad, la verdad y la justicia, porque es necesario conocer y recordar el pasado para no repetirlo.