La estatua de Galdós que realizó Victorio Macho para el Retiro y con la que comienza nuestra historia simboliza muy bien los últimos años del escritor. Venerado en sus comienzos pero discutido después, ya anciano, atenazado por la ceguera, atacado por sus ideas políticas (liberal progresista que avanzó a posiciones republicanas cercanas a los socialistas, le pasó factura en un país cada vez más enconado) pasando penurias económicas y sufriendo unas críticas literarias despiadadas que impidieron que se le otorgara el Nobel. Un hombre cansado pero aún vital, cuya memoria y cuya imaginación se mantienen intactas, que sigue paseando y disfrutando del Madrid que adora, observando todo lo que le rodea, pergeñando nuevas historias que contar.
En su “tercera G”, después de Gaudí y Goya, El Torres declara no haber querido realizar una biografía de Galdós, sino contar una historia con Galdós. Hilar un relato, con motivo del centenario de su muerte, con él como protagonista, y de la misma forma que el escritor hizo, con personajes ficticios que acaban siendo tan reales como los que existieron, porque adquieren su propio desarrollo más allá de las páginas de los libros, en la imaginación de sus creadores y en la de sus lectores. Personajes que acechan al autor, retazos de vidas que van y vienen igual que los recuerdos. Se mezclan realidad y ficción, sin saber muy bien dónde están los límites, personajes históricos como Verdugo Landi, Joaquín Álvarez Quintero o Margarita Nelken conviven con otros inventados pero que bien pudieron existir.
Los autores recrean así un tiempo no tan lejano, los principios del siglo XX, época de turbulencias políticas, y una ciudad, Madrid, que es todavía la capital de las corralas, de las tertulias literarias y la crispación política, de los tranvías y las librerías de viejo. Un Madrid sórdido, frío, despiadado a veces, donde las mujeres no pueden elegir su futuro, pero también el Madrid de la solidaridad vecinal y en el que son posibles los milagros, que incluso permiten a veces escapar de la caridad y de la muerte.
Es el ambiente en el que vivió el propio Galdós y el que recoge en su ingente obra, narrativa y teatral: los episodios nacionales y las novelas, además de una veintena de obras dramáticas, ofrecen un impresionante fresco de la España del momento y una defensa de los protagonistas de espíritu abierto frente a los personajes de estrecha mentalidad tradicionalista. La Desheredada, Miau, Fortunata y Jacinta, Nazarín, Misericordia…, adscritas al naturalismo, pero sin restarle espontaneidad y viveza en el relato o las descripciones, tienen por objetivo atacar la intransigencia y el fanatismo.
En el aniversario de su muerte, es una excelente oportunidad para acercarse al legado del escritor canario, a sus obras y, al menos, a lo que fue su vida, de la mano de El Torres, de una forma amena, desenfadada y muy agradable de leer.