Las grandes figuras históricas se actualizan constantemente, porque son infinitas las lecturas que se pueden hacer de ellas. Por eso, las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar no han dejado de ser fuente de inspiración desde el lejano siglo XI en el que vivió. Su leyenda quedó ya plasmada para siempre en el primera obra poética de la literatura española, el Cantar de Mío Cid. A partir de ahí, son infinitos los intentos por aproximarse a su figura, a su leyenda, su entorno. Uno de ellos, magistral, en forma de viñetas, el llevado a cabo por Antonio Hernández Palacios en los años 70 y del que ahora disponemos una reedición, un tomo integral, que incluye las historias de Sancho de Castilla, las Cortes de León, la toma de Coímbra y la cruzada de Barbastro.
Antonio Hernández Palacios, maestro reconocido de fama nacional e internacional, tenía una predilección por los temas históricos, que le llevó a indagar tanto en episodios concretos y a veces poco conocidos, bien de la reciente guerra civil, bien de la lejana época medieval. Dio forma a todo tipo de historias, como Roncesvalles, Drako de Gades, Garín… recreando sucesos pasados lo suficientemente asombrosos y sugerentes como para no tener que inventarse nada.
En este caso, el cómic es un relato de bases historicistas de lo acaecido entre 1063 y 1065. Comienza concluida la batalla de Graus, en la que Sancho luchó contra su tío Ramiro I de Aragón, y termina con la muerte de Fernando el Magno. Pone el foco no tanto en la figura del Cid como en la de sus señores, en la familia de Fernando I y su contexto histórico: un momento clave en la Península, con un poderoso reino de León hegemónico, una incipiente Castilla, los acuerdos y desacuerdos con los musulmanes, a los que se unen las intrigas nobiliarias y no faltan luchas, reliquias, intrigas, desgracias… toda una casuística de unos siglos apasionantes y legendarios.
El autor va hilando aventuras, escaramuzas, enfrentamientos… buscando siempre la visión más épica y aventurera de los acontecimientos, que le dan al cómic un ritmo trepidante, aunque es verdad que se nota el paso de los años en las expresiones y la narrativa, mientras que los excelentes dibujos han resistido mejor el paso del tiempo. Antonio Palacios compaginó sus trabajos para el cómic francés con relatos más personales, entre los que destaca esta obra, El Cid, al que se dedicó con un interés especial, resultando un cómic de los que se disfrutan, se hacen con pasión y dedicación de años, de los que absorben y en los que se invierte todo el tiempo posible, al punto que fue el proyecto al que dedicó sus últimos esfuerzos.