Iván Turguénev realiza, con palabras, el retrato de un personaje tipo de la literatura rusa, el “hombre superfluo”, y Juan Berrio le pone rostro, con un dibujo elegante y grácil, a pesar de que es el hombre del que el destino parece burlarse. Víctima permanente de la mala suerte, resentido, melancólico, idealista y lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de su desgracia. Entre el 20 de marzo y el 1 de abril, coincidiendo con el deshielo y la llegada de la primavera, mientras que la naturaleza renace, el hombre superfluo se muere. Pero él mismo es consciente de la poca importancia que este hecho tiene, para el mundo, para los que le han conocido y aún para los que le rodean, lo que le lleva a asumir que su existencia es y ha sido, superflua, accesoria, prescindible.
Juan Berrio lo representa sentado en un escritorio o tumbado en una cama, agonizando, siempre en el blanco y negro de la plumilla, mientras que los brillantes colores de las acuarelas las reserva para los personajes que le rodean, rebosantes de vida y elocuencia: bailando, paseando o batiéndose en duelo. Rusia, desde que Pedro el Grande fundara San Petersburgo, mira a Europa. Y las élites de provincias a su vez emulan a la capital. Por eso el ambiente ruso de provincias parece tener su referente en París: aprende su idioma, sigue su moda y copia sus costumbres. Pero les delatan los paisajes nevados, los abrigos largos, las paredes enteladas o los bulbos en lo alto de las iglesias ortodoxas. Detalles, colores, ambientes muy bien recreados por Berrio.
Diario de un hombre superfluo, alumbrado en 1850, es un clásico de la literatura rusa, que tiene en estos años su época dorada, y ha sido reeditado por Nórdica. Esta editorial ha hecho una apuesta por las ediciones ilustradas, cómics y novelas gráficas. Acaba de publicar títulos tan sugerentes como el Atlas de la España imaginaria, a la que pone imágenes el fotógrafo José Manuel Navia o el Atlas de literatura universal, que aúna cartografía y literatura. Ya sea en forma de dibujo, de mapa o de fotografía, siempre hay una imagen acompañando al texto. Incluso en este caso, en el que el dibujante se enfrenta al reto de delinear el absurdo de la existencia.