En 1929 Lorca viajó a Nueva York. A partir de estos tres elementos complejos, la fecha, el poeta y el lugar, se desarrolla la historia de Carles Esquembre. 1929 es el momento del crack financiero, punto crítico para la efervescente ciudad de los felices 20 y, por otro lado, la figura inmensa de Lorca, que se encuentra en un momento crucial. En la España que ha dejado atrás el ambiente es agobiante; su Granada natal, en la que se le asocia a los gitanos que le han hecho popular, le resulta provinciana. A lo que se suma una situación personal delicada, con una ruptura sentimental reciente y una homosexualidad disimulada.
Huyendo de este ambiente opresor, la gran urbe norteamericana se presenta como salida, pero pronto se revela también llena de contradicciones. Por un lado es la capital de la libertad y la modernidad, del jazz, de las oportunidades sin límite, pero también la ciudad del racismo, alberga una sociedad cruel y mecanizada que Lorca se imagina levantada sobre cadáveres. Del mismo modo, él se muestra a veces jovial, a veces melancólico, a veces entusiasmado, a veces deprimido, a veces abrumado por la ciudad, a veces disfrutando de ella, a veces fiel observador de la realidad, a veces asaltado por sueños y pesadillas.
El cómic no es una adaptación de la obra que escribió a su regreso del viaje, Poeta en Nueva York, sino una interpretación de algunas experiencias del escritor, que luego tendrán una influencia literaria, además de vital. Llega acompañado de Fernando de los Ríos, amigo y mentor, y allí entra en contacto con la élite cultural española, como Federico de Onís, que será figura fundamental en la difusión del hispanismo en EEUU, Ángel del Río, profesor, ensayista, crítico e historiador o Gabriel García Maroto, también escritor. Además disfrutará de la compañía del inglés Colin Hakcforth Jones o Philip Cummings, amigo misterioso al que visita en Vermont. En general, a nivel literario es una etapa muy enriquecedora. Conoce en persona a escritores importantes, como Hart Crane o Nella Larsen, se acerca a las grandes figuras norteamericanas, como T.S Elliot, Edgar Allan Poe o Walt Whitman, asesorado por León Felipe. Y, por el contrario, se distancia de Dalí y Buñuel, que en esos momentos están rodando Un perro andaluz.
Este cóctel de experiencias se traduce a veces en momentos de diversión, a veces en momentos de alucinaciones, recogidos de forma magistral por Esquembre, a través de metáforas visuales acentuadas por el blanco y negro. También abundan las referencias fotográficas, de la ciudad y de la época. El dibujo, muy personal, se presta a las metáforas, las visiones,… que serían la inspiración para los versos posteriores y que ponen de manifiesto la exhaustiva documentación manejada por Carles Esquembre en su, posiblemente, mejor obra. “He intentado hacer el cómic con el máximo respeto y rigor histórico posible” comenta. El reto era complejo, por lo particular de la experiencia del viaje en la vida de Lorca y por lo particular del enfoque del dibujante, pero lo ha superado con nota, en un equilibrio de realidad y ficción difícil de alcanzar.