La espada y la cruz son los dos elementos fundamentales que se enfrentan en la Guerra de los Treinta Años, entre 1618 y 1648, el momento histórico en el que se desarrolla el cómic. La cruz representa los intereses religiosos que hay en conflicto. Por un lado el catolicismo, defendido por la poderosa familia Habsburgo, que reina en Austria y en España. Por otro, la proliferación del protestantismo que, tras la estela de Lutero, se extiende por Europa. La espada representa el poder secular. Las ambiciones de reyes y duques (pero también de papas y cardenales, porque al final actúan como un príncipe más en litigio por sus intereses) por aumentar y consolidar su poder. Víctimas de unos y otros, un pueblo hambriento, enfermo, torturado por impuestos y pecados hasta la extenuación. La guerra de los Treinta Años es un suceso complejo en el que confluyen diversos factores, agentes e intereses, pero el cómic pone el foco, en particular, en la revuelta campesina de la alta Austria de 1626, en un desarrollo trepidante de la acción e imprevistos giros de la historia.
Al comienzo del volumen encontramos una pequeña introducción histórica sobre el período y una breve descripción de los principales personajes de la época para ponerles cara, como el cardenal Richelieu, Ambrosio de Espínola o el Papa Urbano VIII, varios barones alemanes y una reseña sobre los Tercios. Y, al final, el autor confiesa qué parte de la trama está documentada y qué parte es una licencia suya, que no significa que sea menos real. Porque junto a los grandes personajes, el autor se ha fijado también en las historias individuales y anónimas, de niños sin padres, de mujeres acusadas y quemadas por brujas, de unos tiempos donde la violencia la enfermedad y la muerte están a la orden del día. "Encontrar sólo miseria y hambre, pobreza y guerra, y ver arder a alguien en la hoguera de vez en cuando te distrae de no tener pan", nos dice uno de los personajes.
Tanto la narrativa como los dibujos, además de elegantes y con mucha fuerza, son muy dinámicos. Se multiplican las escenas de acción, los retos, las luchas, las espadas, entre distintos protagonistas y distintos escenarios. Por eso nos encontramos secuencias a veces coloreadas por el rojo del fuego de los infieles o el de las llamas que abrasa a las brujas, a veces por el amarillo que desprende la única iluminación de las velas, a veces son los tonos cálidos del Mediterráneo y otras la luz fría de los holandeses. Pero, de fondo, siempre la guerra. Stefano Casini es un autor toscano que ha trabajo en la serie de ciencia-ficción Nathan Never, además de publicar obras más personales en el mercado francés, como Mimbreños, que se desarrolla en el Lejano Oeste. Un mundo también difícil, lleno de aventureros, pícaros y gente con poco que perder, donde la vida no vale mucho.
Lo que le da solidez a sus historias es el conjunto de vidas y situaciones límite a las que se enfrentan sus personajes, fuera de juicios de valores. Y esto ocurre en épocas turbulentas, como lo son las guerras. En este caso, en el siglo XVII aparece un nuevo agente, el interés de estado, por encima de los anhelos religiosos o personales, y que lleva a alianzas insospechadas, que nada tienen que ver con la confesión religiosa ni con vínculos familiares, como había sucedido hasta ese momento. Ese mundo de luchas de poder, intrigas y ambigüedades es el que mejor recrea Casini, para concluir que al final "el mundo siempre va en la misma dirección: donde estén el poder y el dinero".