El alcance de la represión franquista hacia los homosexuales es un tema poco tratado y poco conocido. Ha sido abordado recientemente por el documental “Pero que todos sepan que no he muerto”, dirigido por la cineasta Andrea Weiss, que pasó por la Berlinale y llegó a España el año pasado, pero dirigido principalmente al público estadounidense. En la misma línea, El Violeta nos cuenta una historia que se intuye muy personal por el cariño de la dedicatoria y por las fotos familiares que se incluyen y, por eso mismo, muy dura. Es el retrato del joven Bruno, un chico humilde, trabajador y con todo el futuro por delante, con sus luces y sus sombras, sus luchas diarias, sus ilusiones y sus frustraciones pero con un hándicap añadido: ser homosexual.
La acción se desarrolla en Valencia, a partir de 1955, justo un año después de que la Ley de vagos y maleantes, de origen republicano, fuera modificada para añadir a los homosexuales a la lista de perseguidos, amparando así la persecución policial y la encarcelación. “No he hecho nada” o “estamos encerrados por ser como somos” son las únicas alegaciones de que son capaces. En 1970 esta ley fue sustituida por la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, que incluía penas de hasta cinco años de internamiento en cárceles y manicomios o estancias en campos de concentración, donde los reclusos estaban obligados a realizar trabajos forzosos, en su mayoría en colonias agrícolas. Fueron miles los homosexuales represaliados y tratados como criminales.
Ante esta situación sólo caben dos opciones: ser uno mismo y asumir vivir en la marginación o renunciar a intentar ser feliz y pasar desapercibido. “En la vida hay una cosa que se llama dignidad. Cuando la pierdes, no tienes nada”, le dicen a Bruno. Pero el miedo, una familia dependiente e infeliz y un entorno cómplice con el sistema que trata a los homosexuales como personas enfermas y peligrosas, paralizan cualquier aspiración de libertad. Porque, además de los sentimientos encontrados de Bruno, el cómic es un reflejo de cómo funciona la sociedad: los enchufes, los amiguismos, la importancia de las apariencias, la frustración, la presencia policial en las calles, los chivatazos, el miedo generalizado…
Una gran historia contada por Juan Sepúlveda, guionista aficionado, y Marina Cochet, primeriza en el mundo de la novela gráfica. Pero ninguna de estas circunstancias menoscaba la calidad de la obra ni la crudeza del guión. A finales de 2018 se cumplirán cuarenta años de la exclusión de la homosexualidad de la Ley de peligrosidad y rehabilitación social. Con un poco de suerte, podremos celebrarlo siguiendo las andanzas de Bruno en la gran pantalla.