La I Guerra Mundial (1914-1918) es conocida como “la guerra de las trincheras”. Pero que nadie busque en este cómic una Historia del enfrentamiento, con fechas, datos, etapas… y todas esas categorizaciones que se hacen para intentar, de forma didáctica, explicar tamaña confluencia de acontecimientos. Este cómic no trata sobre la guerra, sino sobre el sufrimiento de todos los que la vivieron, independientemente de su nacionalidad.
Renuncia a hablar de las trincheras, en general, para hacerlo del barro, el hedor de los cadáveres en descomposición, los piojos, del frío, el miedo y todo eso en lo que habitualmente no se piensa pero que supuso el día a día de los soldados. El cómic refleja, a partir de pequeñas historias, cómo la vida de los soldados no vale nada, ni para los mandos superiores, a los que se debe sumisión absoluta, ni mucho menos para los enemigos, con los que en realidad hay muy pocas diferencias. Transmite la tremenda la sensación de que estás abocado a morir, de una manera u otra, da igual lo que hagas. Y el azar también tiene mucho que decir.
A pesar de que no es el trabajo de un historiador, al cómic no le falta documentación. Es muy riguroso en todos sus aspectos. El autor, que ha trabajado de forma recurrente en el género bélico, confiesa haber utilizado imágenes de la época, fotos, estadísticas… para recrear la dureza de esta etapa en nuestro pasado reciente, en el que las nacionalidades se alzaron por encima de los valores más básicos del ser humano. Y los soldados, que al fin y al cabo eran hombres con nombres y apellidos, padres, hijos, ilusiones… se vieron abocados a vivir y morir en una situación que superaba todas sus capacidades.
Para Tardi, francés y antimilitarista, sólo hay un enorme y anónimo grito de agonía, de rebeldía, de impotencia por el dolor humano, por tantas vidas perdidas, por tantos futuros truncados, por tanto sufrimiento que se podía haber evitado. “Los hombres son corderos. Eso posibilita los ejércitos y las guerras. Mueren víctimas de su estúpida docilidad”.