Entre las numerosas y variadas iniciativas del Museo del Prado para celebrar su bicentenario, está la publicación de un cómic que recopile, de alguna manera, los avatares de la institución desde su fundación. El resultado son estas ocho historietas que ponen el foco tanto en la supervivencia material del edificio y sus pinturas como en la aportación de diversa índole de los distintos colectivos relacionados con la pinacoteca: desde los pintores, anclados, aunque sea en espíritu, a sus paredes, a los conservadores, que desarrollan minuciosamente su trabajo, o los visitantes que han paseado por sus salas, unos esperando eternas colas, otros que, como Margaret Thatcher, solo van a hacerse la foto.
A las historias les falta fuerza, quizá por la inconsistencia de los temas, por su brevedad o por la simplicidad de la trama. Se trata en general de anécdotas puntuales sin demasiada trascendencia, aunque sirven para reflexionar sobre la larga vida del museo, que ha pasado por momentos críticos, como la guerra civil, que obligó a evacuar la colección en 70 camiones, de Madrid a Valencia para terminar en Ginebra. Capítulos todos unidos por la figura narradora de Gayangós, conserje perpetuo del museo, antiguo y veterano cuidador de sala. Ordenados cronológicamente, terminan con acontecimientos recientes, como la restauración en 2010 de un nuevo cuadro de Brueghel el Viejo.
Sin embargo el dibujo merece mucho la pena, a cargo de la mano experimentada de Sento, autor la trilogía sobre la Guerra Civil, basada en las memorias del doctor Pablo Uriel. Las Historietas son también otro intento de preservar y narrar los acontecimientos vividos por un país, una ciudad, unas gentes, unos cuadros o un Museo, porque, como el propio Gayangós admite, “las miradas preservan los cuadros, acrecientan el espíritu de sus creadores y cultivan la inteligencia del que lo hace”.