A Julien, el protagonista de este cómic, le toca vivir, sin saberlo, una prórroga, un tiempo robado al destino y que, sin embargo, dará sentido a toda su vida. A partir de aquí, el argumento es aparentemente y románticamente sencillo, pero enriquecido en primer lugar por el desarrollo de unos personajes auténticos y ricos en matices, por unas circunstancias históricas muy particulares, la Francia ocupada durante la II Guerra Mundial y por un dibujo preciosista que hace que el guión pase a un segundo plano.
El escenario en que se refugia el joven Julien en este tiempo incierto es Cambeyrac, un pueblecito al sur del país, una zona relativamente tranquila durante la ocupación. Pero no deja de ser una situación anómala: un país en guerra, dividido, ocupado, donde todos sospechan de todos e incluso en los lugares remotos donde amistades y vecindades vienen de lejos, las relaciones se enrarecen. La mayoría intenta seguir con su vida cotidiana y mantener sus pequeños privilegios a pesar las noticias que llegan desde el frente. Todos excepto el protagonista, que se ve aislado y asiste como espectador al desarrollo de los acontecimientos.
“Uno conserva estos personajes en la cabeza tanto por su actitud frente a la vida como por la belleza de sus excesos”. Y es que las relaciones que se establecen entre ocupantes y ocupados, maquis, milicia, resistencia… y las circunstancias en las que cada uno afronta la guerra son infinitas. El cómic recrea distintas formas de vivir y morir en la Francia de 1943, algunas viles, otras heroicas, otras fortuitas, pero casi todas anónimas. “Los racionales vivirán, los apasionados ya han vivido”. La siguiente obra de Gibrat, El vuelo del cuervo, también está recreada en la misma época y le seguirá su aclamada Mattéo.
El guión y los diálogos son un ejercicio de ironía, sobre todo en boca de Julien, que también ha sido tratado por la vida con sorna y lo ha abocado a una situación absurda. Por ejemplo, los compartidos con Maginot, un maniquí que remite al impulsor de la línea del mismo nombre construida por Francia después de la I Guerra Mundial, y que se convierte, por su carácter de paciente compañero, en estupendo confidente para Julien.
Pero lo mejor del cómic son, desde luego, sus dibujos. Los personajes, los detalles, el encuadre, el color… cada viñeta es una obra maestra en la que recrearse. Merece la pena detenerse y observar detenidamente caras, gestos, detalles que enriquecen la historia. Todo hace de estas páginas un cómic amable, donde, efectivamente, se cumple la promesa: “Y me permito escribir, para terminar, que a ti también te hará sentir bien”.