Desde los espectáculos ligados al artificio y las fantasmagorías, que se remontan al siglo XVIII, a los aparatos ópticos destinados a fijar la imagen, del XIX, son muchos los científicos que, desde la óptica, la química o la mecánica, van dando pasos en la misma dirección: conseguir captar la imagen en movimiento.
Como enumeran Pablo Kurt y Daniel Nicolás en su Breve historia del cine, editada por FilmAffinity, el primer paso es capturar el movimiento a través de instantáneas tomadas sucesivamente con diversos juguetes ópticos, como los taumátropos o folioscopios, como lograron los franceses Pierre Janssen y Etienne-Jules Marey. Aunque será Muybridge, en EEUU, el encargado de fusionar las diversas líneas en su zoopraxiscopio (1879). Después, queda el reto de construir una única cámara que permita tomar dichas cronofotografías, reto al que se enfrentó con éxito el protagonista de estas páginas, el francés Louis Le Prince.
El paseo por el jardín de Roundhay recoge unas candorosas vueltas de la familia Le Prince por el jardín de su casa, primera inmortalización de la imagen en movimiento, en octubre de 1888. Pero Le Prince no está solo en esta carrera, hay mucha competencia, mucho dinero en juego, una guerra de patentes, y lo que comenzó siendo un experimento, luego una obsesión y, finalmente, el trabajo de toda una vida tuvo como resultado un triste desenlace.
L´Avi y Angelinux han decidido recrear este momento tan decisivo y la vez tan turbio de la historia del cine, justo el de sus comienzos. Y lo hacen a partir del presente, del siglo XXI, donde la competencia entre las editoriales y el juego sucio por los repartos de los derechos sigue igual de vigente. Así, tenemos a un Arnau actual y coloreado, arrastrado a un lugar que no le corresponde. Y a un Le Prince en blanco y negro, trabajando en un proyecto que abriría los límites de la imaginación a un campo infinito, el cine, pero que nunca pudo contemplar.
Después, Thomas A. Edison, responsable de distintos inventos, como el fonógrafo, patentó el kinetógrafo y el kinetoscopio, en 1891, que ya incluían las características básicas del cine posterior: el formato de imagen 4:3 y el soporte sobre película flexible de 35 mm. Y unos años más tarde, los hermanos Lumiere perfeccionan en kinetógrafo, haciéndolo manual, portátil y más ligero, lo que permitía rodar en exteriores y proyectar la película. A partir de aquí el cine avanza rápido, sobre todo en EEUU. Se convierte en una industria sólida y brillante, cuyos destellos llegan a Europa en forma de actores de éxito.
El dibujo de Angelinux es muy limpio, muy bonito, de enorme detalle. Y el guión entretenido y de un rigor documental destacable. Y es que Luis Recasens, humorista gráfico, ilustrador y guionista, ya había trabajado sobre los comienzos del cine en otras obras, como los relatos de El linternista vagamundo y otros cuentos del cinematógrafo (2011), Pasen y vean oLa sonrisa de Greta, en la que cuenta un episodio poco conocido de la historia: la contratación de docenas de actores y guionistas españoles, que viajaron a Estados Unidos, para versionar al castellano las producciones originales.
El volumen incluye un prólogo de Pedro García Martín, catedrático en Historia Moderna, que contextualiza todos estos acontecimientos en una época de cambios, desde la percepción del tiempo, al ocio, la política o el arte. En resumen, un momento histórico apasionante. Los autores, en esta obra, con un notable rigor histórico, aportan un poco más de luz a unos hechos poco conocidos y siempre interesantes.