Invocar a Goya implica plantear muchas preguntas con la certeza de que nunca sabremos las respuestas. No obstante, El Torres desarrolla un guión valiente, aparentemente lineal y sencillo, pero que no teme proyectar las luces y sombras, las paradojas y la enormidad de uno de los mejores pintores de todos los tiempos. Porque Goya siempre es contradicción. Es capaz de esbozar tanto la vida amable a orillas del Manzanares como la violenta que se resuelve a garrotazos, capaz de las más devotas pinturas religiosas como de sugerentes mujeres desnudas, capaz de retratar a la aristocracia, incluso a la familia real, la de Carlos IV, como a dos miserables viejos comiendo sopa. Retratos y bodegones, escenas costumbristas, mitológicas o escenas históricas, como las vividas en mayo de 1808, o aquelarres siniestros surgidos de no se sabe bien dónde. Porque Goya es también la lucha entre el hombre racional e ilustrado y el que se sabe rodeado por lo irracional y supersticioso. La guerra, el hambre, la enfermedad… despiertan los monstruos internos del genio.
La pregunta más importante que hace el autor, incluso en la bonita dedicatoria de mi volumen, es: ¿qué es lo terrible? ¿Cuál es la inspiración de la violencia, la decrepitud y la muerte, de las pinturas negras que decoran la Quinta del Sordo? Sobre este tema se ha especulado mucho, llegando a afirmar, incluso, con que pudieran ser obra de su hijo. A pesar de su notable ascenso social y profesional, Goya es consciente de que lo terrible está por todas partes, en el frío, en la miseria, en la ignorancia, en la guerra que le tocó vivir… y ve la necesidad, que se convierte en una obligación, de representar esa realidad que mora fuera de los palacios, en el barro, con la seguridad de que, a pesar de todo, “es sublime lo terrible”. Pinta a los ricos y a sus santos, es decir, a “los ídolos que matan la libertad del individuo” pero sabiendo que, con cada uno que dibuja, “mata su propia grandeza”.
El guión plantea también una reflexión sobre los confines del arte, si es producto de la razón o bien “es como un inmenso mar, libre, visceral, intuitivo”…; si realmente el arte es la máxima expresión de la libertad del ser humano, pudiéndose presentar todo, incluso lo imposible: el miedo, el horror y cosas que parece que están más allá de la propia realidad, como la magia y la brujería. El mundo necesita a alguien que le muestre esa verdad. Además, el libro recoge otros temas no resueltos, como la relación del pintor con la duquesa de Alba, con la que pasó largas temporadas en su finca de Sanlúcar de Barrameda, con su mujer o con otros pintores contemporáneos, como Asensi Juliá.
Al final, El Torres, con una larga trayectoria en la que ha trabajado en distintos géneros y mercados y que ha sido premiado por El fantasma de Gaudí y Fran Galán, gran ilustrador, consiguen introducirnos en la obra del pintor. En muchas viñetas reconocemos los cuadros del artista, según el estilo y la visión de Galán. Consigue que realidad y ficción se entremezclen, igual que en la obra de Goya. También está muy bien recogido el ambiente de la época y muy logrado el paso del tiempo sobre el protagonista. Los colores se oscurecen según se apaga la vida y la lucidez de Goya. Pero su legado no murió con él, sino que fue semilla de la pintura posterior y se puede considerar precursor de las vanguardias que se sucedieron a lo largo del siglo XIX y principios del XX. Vanguardias que siguieron conviviendo con el horror de la guerra y necesitaban, como Goya, representar los monstruos que crea la razón.