Reseña de Un millón de años

Definir el cómic de David Sánchez es realmente complicado. Resulta tan onírico, tan extraño, tan enigmático y, a la vez, en apariencia, tan simple y tan familiar, que parece pensado precisamente para que cada lector haga su propia interpretación, una personal, quizá única, diferente a cualquier otra. La mía es que trata sobre la incapacidad del ser humano para relacionarse con sus semejantes, ni siquiera para asegurar la supervivencia de la especie en un planeta destinado a ser hogar únicamente para insectos, seres devoradores y verdaderamente resistentes.

Es un espacio-tiempo indeterminado, en un mundo desértico, sin horizontes, unos pocos personajes presentan y definen lo que es la conciencia de la especie, de uno mismo y su relación con los otros, con el planeta, en una vorágine de muertes sin sentido, de violencia injustificada, canibalismo, tortura gratuita, de situaciones dolorosas, sujetas a la volatilidad de la suerte…todo llevado a cabo por personajes inquietantes, cíclopes, reptiles, simbólicos animales antropomorfos o aparentes humanos escondidos tras vendas, gafas o máscaras…

La religiosidad es una constante, que se traduce en la presencia de altares, rezos y oraciones, que se repiten como lejanas letanías, a un dios que premia la violencia, que disfruta saboreando la sangre y el fuego. Pero es una religión que no ofrece esperanzas, ningún tipo de misericordia con sus fieles.

El paso inexorable del tiempo, representado en la cadencia milimétrica de las viñetas, marca el camino inexorable del hombre hacia la autodestrucción, incapaz de respetar a sus semejantes ni asegurar la supervivencia de sus crías.

Con dibujos sencillos, escasos diálogos, colores planos, el autor, “tildado de místico materialista, reproduce en sus viñetas una experiencia sensorial de una veracidad angustiosa", de vidas y muertes sin sentido. Un cómic verdaderamente inquietante, difícil de interpretar, donde el único futuro plausible parece ser devorado por un insecto implacable.